La gran fantasía de Dahmer, recurrente desde su despertar sexual adolescente, era disponer de un amante sobre el que ejercer «control total» y tenerlo a su lado tanto tiempo como fuera posible. Pero era incapaz de conseguirlo de manera consensuada, así que su procedimiento estándar —o como él lo denominaba, «su plan»— consistía en captar a un hombre, llevárselo a casa, drogarlo para que perdiera el conocimiento, matarlo, tener relaciones sexuales con el cadáver y ya, en ocasiones, comer partes de su cuerpo o guardar trofeos con los que excitarse. Además, solía hacer fotografías de todo el proceso: la policía encontró en su apartamento ochenta y tres polaroids con distintas fases del proceso de descuartizado.
Sus dos primeros asesinatos ocurrieron sin planearlo. El primero, con dieciocho años, tuvo lugar cuando su madre le dejó solo en casa durante semanas (su padre vivía ya en un motel y no se enteró hasta más tarde de la marcha materna) y supuso la materialización de otra fantasía: recoger un autoestopista y ejercer control totalsobre él. Así, se llevó a casa a un atractivo autoestopista y compartieron porros y alcohol, hasta que quiso marcharse y Dahmer lo impidió matándole con una barra de hacer pesas. La segunda vez, ocho años después, ocurrió sin proponérselo puesto que se llevó a un amante a una habitación de hotel y por la mañana se lo encontró muerto a su lado. Ya sea por el exceso de alcohol o por un estado disociativo, Dahmer no era consciente de haberlo asesinado aunque era evidente su autoría porque estaban juntos en la cama y tenía heridas defensivas en sus brazos. En adelante, cada vez cedió con más frecuencia a sus impulsos: cometió otros dos crímenes en 1988, uno en 1989, cuatro en 1990 y ocho en 1991, hasta que fue detenido en julio.
En paralelo a sus matanzas, con el fin de prolongar sus estimulantes sensaciones, buscaba nuevas experiencias. Por un lado, guardaba trofeos como calaveras u órganos con los que después masturbarse y rememorar a sus amantes, e incluso comer algunos trozos «para que formaran parte de él». En su detallada confesión que duró seis semanas y ocupó ciento cincuenta y nueve páginas, incluso comentaba la textura y consistencia de las distintas partes que comía; por ejemplo, un muslo le resultó excesivamente duro, y tuvo que comprar un ablandador de carne para hacer masticable la carne de unos bíceps. Por otro lado, experimentó con trepanaciones vertiendo directamente en el cerebro ácido o agua hirviendo para convertir a sus víctimas en zombis, cuerpos sin voluntad, buscando materializar su fantasía del control total (huelga decir que no consiguió nada). En su espiral de asesinatos pareja a su pérdida de contacto con la realidad, Dahmer proyectaba construir en su apartamento un centro de poder, con dos esqueletos completos y varias calaveras, a través del cual acceder a un nuevo nivel de percepción. Según contaba, estaba solo a seis meses de materializarlo cuando la policía le detuvo. Cuesta imaginar el impacto que supuso para los agentes que registraron por primera vez el apartamento lo que allí encontraron: cabezas en el frigorífico, órganos en el congelador, calaveras y huesos en los armarios, sangre por las paredes y un bidón de doscientos quince litros con ácido y tres torsos humanos en descomposición. Obviando las fotografías más escabrosas de la escena del crimen (que quien tenga curiosidad tiene a su alcance con una búsqueda en Google), una imagen especialmente perturbadora es la de dos agentes, con atuendo y cuidados similares a los que tendrían manejando residuos nucleares, sacando del apartamento de Dahmer ese bidón.
El descubrimiento de los horrores del apartamento de Dahmer produjo conmoción. No se trataba de un caso que había aterrorizado a la ciudad con un reguero de cadáveres por las esquinas como Jack el Destripador, con el que frecuentemente se le compara. Lo más inquietante era que se habían producido todos esos perturbadores crímenes en el más absoluto anonimato e indiferencia popular. La sensación era que nadie había echado en falta a sus diecisiete víctimas mortales y no se había establecido ningún vínculo entre ellas que pudiera llevar hasta Dahmer.
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